Allahumma salli ‘ala sayyidina Muhammadin ‘abdika wa rasulika nabiyyi-l-‘umiyyi wa ‘ala ‘alihi wa sahbihi wa sallim taslima
Una de tantas tardes de mudaqara, entre el ‘Asr y el Magreb. Tetuán, en la montaña y enfrente, el mar Mediterráneo, a lo lejos. Un escenario abierto e ideal para la reflexión.
El que aquí suscribe, en su juventud, fue muy amante de los libros. Antes de hacer la shahada, a los 22 años, había leído a Shakespeare, Tolstoi, Quevedo, Platón, Aristóteles, Réné Guenon, sobre hinduismo, budismo, la Biblia, los Evangelios y muchos etcéteras más. Una vez hecha la shahada, he leído en algunas ocasiones casi todos lo hadices, y por supuesto, el Qur’an. Así mismo la Muwatta del Imam Malik, algunas risalas y numerosas obras de los más importantes maestros del tasawwuf. No en vano me dijo mi chayj que todo cuanto había leído me había dirigido al Islam y a la tariqa. Nunca he conocido el Islam sin la tariqa y nunca ha habido una época en mi trayectoria de musulmán en la cual haya dejado de ser faqir.
Ahora bien el mudakara de aquel día terminó con la siguiente conclusión expresada verbalmente por mi maestro: “Los libros son las cenizas del conocimiento”.
En toda evidencia se estaba refiriendo a todos los libros, exceptuados el Qur’an y los Hadices.
En una civilización como la nuestra, de raíces lógico-racionalistas, el libro es un objeto de veneración. Podemos comprender dicha veneración desde el momento en el cual en dicha obra se encuentre la expresión escrita de una verdad esencial, pero la veneración va mucho más allá de todo cuanto es aceptable y conveniente.
Muchos de los convertidos al Islam no han sabido desembarazarse de este amor desmedido a este objeto fabricado con papel y cartón llamado libro y debido a ello no le han sabido dejar en la biblioteca cuando ya no era necesario.
Los libros, los vídeos, los DVD se han convertido en los ‘ulamas de la Umma. La transmisión oral brilla por su ausencia, tanto, que hemos llegado a una situación tan límite que podríamos calificarla de “virtual”. El Islam virtual intentando imponerse al real. Extrañas situaciones nos muestra la “modernidad” amigos míos.
La transmisión de la ciencia se hace a través del contacto directo. El maestro, ya sea de la ciencia del exterior o ‘Ilm o de la ciencia del interior o ‘Ihsan (sufismo) es el único capacitado para transmitir el conocimiento. En dicho contacto, la pregunta obtiene respuesta con presteza, y la respuesta viene adaptada a aquél quien pregunta. Dice el hadiz:
Hablad a cada uno según su capacidad de comprensión.
Es evidente que un libro no puede hablar según la capacidad del lector ni darnos consejos adaptados a nuestro caso y situación como lo hace un maestro.
El buen consejo es el cerebro de la ’Ibada (adoración).
Cuenta el shayj al-Alawi en su autobiografía, como cuando comenzó a recibir las luces divinas en su corazón, ello era tan fuerte que no lo podía soportar. Habiéndoselo comunicado a su shayj (Al Buzidi), éste le dijo: “Escribe lo que ves, así la intensidad de las luces se te hará soportable”. El resultado fue una obra escrita en la cual se describen los habitantes de los siete cielos.
Y aquí voy a hacer un inciso pues alguno se preguntará porque hablo de luces y no de intuiciones u otra cosa. Es en virtud de las palabras siguientes del Qur’an:
Allah es la luz de los cielos y de la tierra.
Continuemos pues con el asunto el cual nos ha animado a escribir. Dice el hadiz qudsi:
Ni los cielos ni la tierra son capaces de contenerme, pero el corazón del mu’min es capaz de contenerme.
Es así pues que el corazón del shayj al-Alawi contenía a Allah en la medida en la que El lo expresa en el hadiz. Sin embargo, el libro que escribió, no es sino un reflejo de aquella ciencia la cual residía en su corazón, y de la cual solamente sus cenizas se encontraban en el libro.
He utilizado esta historia pues ella es muy ilustrativa de lo que estamos escribiendo aquí.
Comprendemos la importancia que los libros de Shari’a tienen para su correcto seguimiento, e incluso, no solamente animamos, sino que instamos vivamente a leerlos, aunque en estos tiempos con respecto a la Shari’a se escribe muy poca cosa que no sean barbaridades de todo tipo. Instamos y recomendamos a leer las obras antiguas de los autores de los cuatro madhabs para seguir correctamente la Shari’a. Ahora bien, nunca serán estos libros tan valiosos como las palabras del ‘alim vivo, si es verdadero (y cuán difícil es ello en nuestros tiempos), quien aplica con su hikma los principios expresados por sus predecesores a los tiempos y las circunstancias personales de los oyentes. Ahora bien, los libros nunca pueden ser utilizados como criterios únicos para establecer normas sociales o de grupo, obviando al ser humano, pues es este último el único que puede establecer criterios sobre dichos temas, siempre que posea un conocimiento verídico y certero. Por ello dice el hadiz:
Maldita será la comunidad que no tenga un jefe
Ahora bien. En la comunidad del conocimiento, el jefe al cual se refiere el hadiz es aquél en cuyo corazón se reflejan las luces de Allah, y en un caso óptimo, aquél cuyo corazón contenga a Allah.
Pues son ellos los julafa de Allah en la tierra y los solos capaces de guiar a la Umma con Su permiso. Si alguien intenta aprovechar la situación para ocupar su lugar, el servicio dado a la Umma es nefasto. ¿Por qué pensáis que los verdaderos maestros se encuentran callados y no son conocidos? Uno de los motivos principales es que nadie quiere dejarles el paso libre. Todo el mundo quiere saber o decir que sabe y cuando encuentran una oportunidad ahí están para ocupar el puesto sin preocuparse de saber si ello le corresponde a él o a otro. Es la teoría norteamericana de la libre competencia aplicada al Islam.
En cuanto al Iman y el Ihsan la diferencia entre el libro y el conocimiento es abismal. Y de este asunto es del cual hemos puesto el ejemplo explicado más arriba.
A fin de ilustrar la imperiosidad de seguir a un maestro, tanto en el dominio de la Shari’a como del tasawwuf, digamos unas palabras que al efecto pronunció el sufí y ‘alim chayj Darqawi:
Quien no tiene maestro tiene como maestro al chaytán
Y otra palabra más del mismo chayj:
Quien muere sin conocer al hombre de su tiempo muere de una muerte detestada por al Enviado.
Podemos decir, que al principio del camino el libro es un amigo fiel, a la mitad del camino un buen vecino y al final un conocido al cual se saluda de vez en cuando.
Pero el hombre de Allah es el criterio y el guía de la Umma.
Salam
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