Bismi-l-Lâhi-r-Rahmâni-r-Rahîm
Y la plegaria y la paz sobre la corona de los
enviados, nuestro señor Muhammad, el mejor de la humanidad, su pura familia y nobles
compañeros.
No es un descubrimiento el decir que este mundo
sensible es la morada de los contrarios. Levantemos la mirada y contemplemos
como cada acto de nuestra vida se encuentra limitado por valoraciones
antagónicas, irreconciliables en la mayoría de los casos:
Placer-dolor, alegría-tristeza, bien-mal, amor-desdén,
riqueza-pobreza, verdad-mentira, creencia-increencia, vida-muerte, halal-haram
y muchos etcéteras más.
Mención especial estamos obligados a hacer a
aquellos antagónicos reconciliables, pues ellos nos dan las claves de la
existencia de una unidad englobante de toda oposición. Todas las dualidades, exceptuados
“verdad-mentira” (pues la mentira es evanescente) o bien-mal (siendo esta
última una consecuencia directa de la anterior), son conciliables cuando
llegamos a la fuente de la cual han emanado. Nuestra especial mención es para
tres de ellas, las cuales, como tres estandartes luminosos en un mundo de
oscuridad, nos mostrarán el camino de la resolución de nuestra visión dual de
las cosas: “vida-muerte”, masculino-femenino, belleza-rigor (Yamal-Yalal),
siendo a esta última a la cual vamos a dedicar nuestro análisis de hoy.
Si la vida y la muerte son conciliables en virtud de
las palabras del Qur’an donde el Libro sagrado nos explica que Allâh hace salir
la muerte de la vida y ésta de aquella, no menos conciliables son
masculino-femenino, fuente de la continuidad de la creación y base del amor.
Sin embargo, la dicotomía belleza-rigor, aparentemente irreductible, lo es,
siempre y cuando ascendamos por los estados espirituales hasta el punto de
llegar a conciliar sus términos dentro de nosotros mismos.
Pero: ¿qué es esto de belleza-rigor? ¿Por qué no
belleza-fealdad? La belleza de la cual hablamos aquí, no puede ser contrapuesta
a fealdad pues estamos hablando del sentido más general del término belleza y
no del específico referido a la percepción sensorial. Belleza pues, es sinónimo
de bienestar, alegría, placer, comodidad y otros, considerados mediante
consenso como aspectos positivos de la realidad sensible y psíquica; siendo
rigor lo contrario.
La dicotomía en cuestión puede ser aplicada a tres
colectivos distintos: Los increyentes y/o idólatras, el común de los creyentes
y la élite de los creyentes. Son estos en realidad los tres colectivos más
reales que pudieran existir, ya que se corresponden completamente con los tres
grupos definidos en la surat al Waqi’a: los compañeros de la derecha
(ashabu-l-yamin), los compañeros de la izquierda (ashabu-s-shimal) y los
aproximados (muqarrabun).
Para los increyentes la belleza-rigor (la cual a
partir de ahora llamaremos Yamal-Yalal) se manifiesta en el placer y la
contrariedad. Para ellos disponer de una buena salud, dinero y amor fácil es el
resumen del Yamal; así como el estar enfermos, el ser pobres y esforzarse para
vivir es el extremo del Yalal.
Para los creyentes ordinarios, Yamal no solamente
significa bienestar, salud y dinero, sino que además podemos enumerar el tener
una familia feliz, un buen o una buena esposo/a y el encontrar la dulzura de la
fe del Islam en su corazón; mientras que tomarán por Yalal: la enfermedad, los
problemas económicos, la desgracia en el matrimonio o en la familia o las
faltas las cuales nos separa de la religión de Allâh y entristecen el corazón.
Pero ¿qué hay de todo esto para aquellos quienes se
quieren acercar a Allâh por la vía del Ihsan y desean alcanzar un maqam de
proximidad y amor a Allâh (subhanahu wa ta’ala)? Amigos: en este caso no se
puede medir con la misma vara.
Efectivamente, nos encontramos frente a un universo
totalmente diferente de todo lo demás. El Yalal toma un protagonismo inesperado
en la vía del tassawuf. No olvidemos que el Ihsan no es nada más ni nada menos
que el “Yihad al-Kabir” (la Guerra santa Mayor) de la cual Rasulu-l-Lâh – sobre
él la plegaria y la paz – hace mención en el hadiz: la guerra contra nuestras
pasiones, arraigadas en nuestra alma como el bebé se encuentra arraigado al
vientre materno del cual se nutre.
Si queremos avanzar en la vía del conocimiento,
debemos saber primeramente, como para alcanzar este, debemos someternos efectivamente
a la Voluntad de Allâh. Dicho sometimiento, aunque se encuentre englobado en él
las obligaciones y prohibiciones de la Ley revelada, debe ser total y no
limitarse solamente a las indicaciones colectivas. Es un sometimiento
individualizado, a medida de nuestra nafs. Debemos decir que a fin de
garantizar dicha sumisión total, preludio de la suma extinción, tenemos necesidad
de recibir el Yalal.
Pero antes
debemos realizar la siguiente observación: No está permitido a un chayj el
causar mal o desagrado a un murid. El trabajo del chayj se debe limitar a guiar
al discípulo, aconsejándole en todo momento, sin entrar a colaborar en el
desenlace del juego de fuerzas las cuales se manifiestan en el interior del
murid. Ahora bien, como dicho chayj ya ha pasado por situaciones semejantes,
provisto que Allâh le muestra el estado de su murid en todo momento, es por
ello que puede realizar su función con una competencia total, haciendo verdad
el hadiz siguiente:
La religión es el buen consejo
Ni que decir tiene que dicho consejo debe respetar
los límites de la Ley religiosa, pues si no nos encontraríamos, no ante un
chayj, sino ante un impostor (recordemos que Allâh lo puede perdonar todo salvo
la mentira). Sin embargo, su consejo puede venir, como seguramente viene, de más
arriba de los siete cielos.
Salvada esta cuestión, entonces no nos queda sino
Allâh para imponer el Yalal (rigor). Efectivamente; provisto que ninguna
criatura tiene derecho a imponernos el rigor, es Allâh quien lo hace
directamente. ¿Cómo?: A través de todo aquello lo cual desagrada y repugna a nuestro
nafs. El Yalal se manifiesta en forma de: problemas reales, miedos, disgustos,
pérdida de salud, problemas financieros, problemas familiares, pérdidas y/o
contrariedades de todo tipo y muchas más cosas. No existe un catálogo del Yalal
pues cada alma es distinta y cada una de ellas tiene sus puntos débiles; allá
donde un alma es sometida otra se muestra rebelde y viceversa.
No obstante, los muchos momentos de Yalal se ven
compensados con nubes del Yamal las cuales llegan a compensar el rigor sufrido
y a acariciar el alma del murid a fin de que Allâh le muestre un preludio de Su
complacencia y misericordia. Y aunque estos momentos son pocos, son suficientes
para hacernos comprender que el sol ardiente del Yalal no puede llegar nunca a
quemarnos del todo, puesto que su finalidad es educarnos y hacer de nosotros
siervos sometidos. Por eso, y a pesar de todos los miedos de verse colocado
frente a un abismo desconocido y profundo y caer en él para nunca más volver,
Allâh nos muestra su Yamal para compensar. No en vano dijo al chayj al-Alawi en
una qasida a sus discípulos destacados:
Antum fi
amani-l-Lâh (vosotros estáis en la seguridad de Allâh);
y también esto otro:
Antum
mulukul-l’ard min hayzu qurbihi (Vosotros sois los soberanos de la tierra en
tanto os encontréis en la presencia de Allâh)
Sí: tenía razón el chayj: ¿Qué mejor soberano que
aquél quien ha hecho del Yalal de Allâh su vestido y del Yamal su ornamento?
Efectivamente, el murid se va acostumbrando al Yalal
pues ve en él la prueba de la proximidad y el amor de su Señor. El Yalal nos ha
educado, nos ha formado, cual soldados victoriosos capaces de presentarnos ante
la puerta del palacio del Malik. Sin duda, el Malik (Allâh) nos recibirá con la
mayor de las complacencias, cuando vea nuestros exquisitos modales fruto de una
noble y sabia educación.
Nuestros vestidos estarán puros como la nieve,
nuestros adornos serán los convenientes para la ocasión, pues ella lo merece.
Nos encontraremos pues ante aquella Presencia única
donde Yalal y Yamal son uno, reconciliados en nuestro corazón desde el día en
el cual el alma claudicó.
Salam