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viernes, 17 de febrero de 2012

El waly y sus piernas

Bismi-l-Lahi-r-Rahmani-r-Rahim 

En los tiempos de las generaciones como la de Hassan al Basri, Zawban , Rabbi ‘a – l-Adawiyya y Abu Yazid al Bistami, los sufíes realizaban sus invocaciones en las mezquitas, normalmente durante la noche y antes del Fayr. 

Los chuyuj pasaban gran parte de su tiempo en las mezquitas, donde recibían las visitas de las gentes a fin de dar tanto consejos como dictámenes sobre chari’a; donde  decían las jutbas de los viernes y donde eran honrados, tanto por el pueblo como por ‘ulamas y gobernadores. Ellos mismos cumplían la función de ‘alim de cara a los asuntos legales.


Los celos de algunos gobernadores azuzados por la envidia de algunos ‘ulama, quienes veían su ciencia como un medio de obtener bienes materiales, provocaron que poco a poco los componentes de las tariqats tuvieran que dejar las mezquitas y reunirse en nuevos edificios destinados al efecto llamados zawiyyas.


Este fenómeno apareció mucho antes en el Medio Oriente, ya que allí se encontraban la sede del jalifato así como los principales estamentos del poder. Los julafa, poco a poco, se iban mundanizando y los ‘ulama comenzaban a independizar la ciencia del ‘ilm exterior (Islam)  del ‘ilm en general (Islam, Iman e Ihsan), el cual había sido global hasta la fecha.


Esto tardó muchísimo tiempo más en producirse, tanto en el Magreb como en al-Andalus. En la época de Ibn Arabi y sidi Abu Madiam de Cantillana (al Gawz), aunque existían las zawiyyas como lugar de reunión de los fuqara a fin de recibir las enseñanzas del Iman y del Ihsan, numerosos maestros enseñaban y decían las jutbas de los viernes en las mezquitas. El chayj Darqawi encontró a su maestro ‘Ali al-Yamal como encargado de una gran mezquita en Fez, donde le encontró por primera vez barriendo el templo. 

Sirva esto como preludio de la anécdota que vamos a contar hoy:


En una ocasión, en una ciudad de Medio Oriente, uno de aquellos ‘awliyya quienes moraban en las mezquitas era famoso debido a su manera de sentarse. Siempre lo hacía extendiendo completamente las piernas. Ya entrara en el templo, pobre o rico, indigente o poderoso, nunca recogía las piernas. Evidentemente aquello que podría parecer a todo el mundo una falta de cortesía se disipaba cuando comenzaba a hablar y dar consejos a las gentes. Así mismo todos eran testigos de su ascético modo de vida.

Las noticias de este waly llegaron al ‘amir, quien lleno de curiosidad decidió visitar la mezquita a fin de probar al waly.

Una vez llegado a la mezquita, el ‘amir pasó delante del waly, quien se limitó a devolver el saludo en la postura de siempre, es decir, sentado con las piernas extendidas y la espalda recostada en el muro. 

El ‘amir no podía negar que se encontraba herido en su orgullo, aún así era un hombre temeroso de Allah. Habló con un hombre de su séquito diciendo: - Toma esta bolsa llena de oro y ofrecésela a ese hombre (refiriéndose al waly) a cambio de que recoja sus piernas. Si lo toma le castigaremos por su falta de respeto; sino lo toma entonces sabremos que es un hombre de Allah. -. 

El hombre fue hasta donde estaba sentado el waly y le dijo : - El ‘amir ha sido testigo de cómo no has recogido las piernas ante su presencia y te ofrece esta bolsa de oro si aceptas el recogerlas- . 

A esto, el waly sonrió, y rehusando la bolsa de oro, dijo al emisario: 

Dile al ‘amir que yo soy de aquellos que extienden las piernas, pero no las manos.

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